el viento

Se asomo a la ventana a contemplar el implacable transcurrir del tiempo, lo hacía en cada momento en el que su mente se perdía en los recuerdos de un pasado ya lejano, lo hacía cada vez que las paredes de la habitación de su despacho parecían caérsele encima, y la mirada a su fondo de escritorio no lograba evocarle a lugares lejanos y hermosos.
El viento en su rostro conseguía inspirarle, tras cada brisa, tras cada suspiro del cielo, su mente parecía despejarse, y alguna historia acudía a su encuentro, lamentablemente, al volver a su gris ordenador, aquello que parecía iba a convertirse en una fascinante aventura, se volvía aburrido y sin sentido.
Aquella tarde, todo parecía tranquilo, en su mente, como de costumbre últimamente, no deambulaban personajes, ni aventuras, ni historias con la suficiente convicción para ser contadas y vendidas, el silencio de la habitación le envolvía, y le hacía necesitar levantarse para contemplar por aquella ventana, que siempre le inspiraba.
Pero ya estaba harto, harto de que las historias, una vez sentado de nuevo en su silla, se esfumaran. Solo, frente al paisaje del momento reflejado en su monitor, en silencio y con los ojos llorosos por la luz del mismo, se encomendó al cielo, no era religioso, de hecho, siempre había defendido una postura bastante agnóstica, pero ya se sabe que en algún momento todos miramos hacia arriba y pedimos… pero no creáis que el pedía inspiración, ni diversión, siquiera felicidad, todo esto hubiera sido lo normal, lo que él quería era viento, quería ser capaz de escuchar el viento desde su silla, sentir en sus mejillas el agradable suspiro del cielo, y poder escuchar los susurros de la humanidad, que siempre le traían historias que después podía contar.
Por desgracia, como casi siempre que pedimos al cielo, desde una habitación cerrada, y sin ninguna convicción, el viento no llego, nadie le susurro al oído historias de amor y aventuras, no sintió el suave suspiro del cielo en sus mejillas….
Lentamente, calculando cada movimiento como si de un baile se tratara, se fue dirigiendo hacia su ventana, estaba tranquilo, seguro de que allí, como de costumbre encontraría la paz y la armonía que tanto añoraba, seguro que allí le aguardaban historias increíbles, impacientes por ser contadas. Pero esta vez no se conformo con permanecer de espectador ante aquella escena que tantas veces había vivido, en uno de aquellos suspiros, cuando el cielo parecía adivinar sus intenciones, y daba el suspiro más profundo, su cuerpo se unió a los elementos que forman el aire, su mente se perdió entre la marea de voces que agolpaban su cabeza, y la individualidad desapareció para siempre, uniéndose, y llegando a ser parte de aquello que hacia tanto le llamaba por su nombre.