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 Cuando las víctimas son ellos

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Hondero 3.0
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MensajeTema: Cuando las víctimas son ellos   Cuando las víctimas son ellos Icon_minitimeDom Sep 09 2012, 03:30

Cuando las víctimas son ellos

No hay nadie que desconozca la tragedia de las mujeres maltratadas, pero pocos hablan de otra realidad: la de los hombres víctimas de falsas denuncias por malos tratos. Que sí existen, aunque muchos las consideran mitos.
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Amadeo no se llama, en realidad, Amadeo. Esta es, por desgracia, una historia con pocos nombres, porque la inmensa mayoría de los protagonistas -y de los jueces, y de los abogados o fiscales, y desde luego de los diputados- tienen, sencillamente, miedo. Los últimos, a que se les señale por ir contra la corriente políticamente correcta. Pero Amadeo tiene miedo de otra cosa.

-Si tú me identificas, mi ex me vuelve a denunciar. Seguro. Y yo no estoy preparado para volver a pasar por aquello.

Amadeo es un tipo de apenas 40 años, atractivo y, según sus amigos, de una gran nobleza de corazón. Hasta hace algunos años convivía con una mujer que tenía una hija adolescente, fruto de una relación anterior. Ambos tuvieron, después, otra. Habitaban en un chalé de dos plantas que estaba a nombre de los dos, aunque todos los gastos (la inevitable hipoteca) corrían por cuenta de Amadeo, ejecutivo en una importante empresa multinacional.

La relación no iba bien. La pareja estaba pensando en separarse. Una noche, en medio de una especie de fiesta para adolescentes, la hija de la mujer de Amadeo, que jamás había dado una voz más alta que otra, se le enfrentó -dice él- de una manera espantosa, gritándole e insultándole. Amadeo se limitó a poner en la calle a toda la chiquillería.

El drama empezó a las pocas horas. Amadeo estaba en el garaje, reparando su coche, tumbado bajo el chasis, en chancletas, con un bañador y una camiseta llena de grasa.

Más información en la revista Tiempo

“Se presentó la Policía. Me dijeron que tenía que acompañarles y que, si necesitaba alguna medicina, que la cogiese, que aquello iba para largo. Yo veía visiones, no entendía nada. Ya en el coche, con las esposas puestas, me comunicaron que estaba detenido porque mi mujer me había denunciado por malos tratos psicológicos. Creí que se trataba de una broma pesada, pero no. Me llevaron al cuartelillo, me tomaron declaración y, por un problema en los calabozos, pasé esa noche en la prisión de Ocaña. No te puedes imaginar lo que es. Es una cárcel decimonónica, yo me sentía dentro de El conde de Montecristo. Me desnudaron, me obligaron a hacer flexiones, comprobaron que no llevaba nada oculto en el ano. Me dieron una pastilla de jabón y me llevaron a una celda indescriptible, con otros detenidos. Me tocó un catre asqueroso. No dormí en toda la noche. Y todo por una denuncia de mi mujer, que decía que se había sentido humillada. No puedes imaginarte cómo me sentí yo, que no había hecho absolutamente nada, como luego se demostró”.

Es la ley.

Amadeo fue detenido en virtud de la Ley de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género. No tardaría en darse cuenta de que aquello era el primer acto de un drama que, para él, no ha terminado y no sabe si terminará. A causa de la denuncia, Amadeo fue llevado ante el juez a la mañana siguiente, en un estado lamentable y con la misma ropa que llevaba cuando lo sacaron de su casa. Le impusieron una orden de alejamiento y la prohibición de comunicarse con su mujer. La Policía le acompañó a su casa para que recogiese una muda, un par de pantalones y útiles de aseo. Nada más. En la casa quedaron sus libros, sus cuadros, los muebles que él coleccionaba, todo. Tuvo que irse a vivir a casa de su padre. Allí sigue hoy. Se le impuso, cautelarmente, la obligación de pasar por el juzgado cada quince días y una pensión para alimentar a su hija.

Cuando, casi tres años después, la mujer denunciante no quiso declarar contra él en el juicio, Amadeo fue absuelto. Si es que era él. Porque en ese periodo entró en una depresión severa, perdió su trabajo y anda desde entonces de psiquiatra en psiquiatra, viviendo de lo que se le ocurre. Por fortuna, nunca le han faltado ni imaginación ni iniciativa. Va saliendo adelante.

Su ex mujer malvendió lo que había en la casa -que Amadeo jamás ha vuelto a pisar- y luego se fue a vivir a otro sitio. Cada vez que se retrasa, por poco que sea, en el envío del cheque mensual, recibe llamadas llenas de insultos. Cada vez que ella anda corta de fondos, le llama para pedirle dinero. En ambos casos, la amenaza siempre es la misma: volverle a denunciar por cualquier cosa. Hacer que vuelva a pasar por aquello. Tiene a la ley de su parte.

Inocente o culpable.

La mencionada ley 1/2004, promulgada el 28 de diciembre de ese año y una de las medidas estrella del Gobierno de Zapatero, tiene la loable intención de perseguir las agresiones y, muy especialmente, los asesinatos que padecen las mujeres a manos de sus parejas masculinas. Pero no todo el mundo considera que funciona como se esperaba. Francisco Serrano Castro, magistrado juez de Familia de Sevilla, es de los poquísimos que dice en voz alta (lo dijo en cuanto la ley se puso en vigor) que es una ley anticonstitucionalmente discriminatoria, puesto que un mismo hecho es delito o no lo es dependiendo del sexo que tenga quien lo comete. Que establece, no la presunción de inocencia, sino la de culpabilidad del varón por el hecho de ser varón -bien lo saben Amadeo y muchísimas víctimas más-, y que, esto sobre todo, invita desde el principio a cometer atropellos y a actuar por pura venganza, o interés, o locura. Es decir, a plantear denuncias falsas.

Algo más que un “mito”.

El Observatorio de Violencia Doméstica y de Género, que depende del CGPJ y que preside la magistrada Inmaculada Montalbán, mantiene que las denuncias falsas por malos tratos son “un mito que da alas a los maltratadores”.

Pero sí existen. Uno de los casos más conocidos -y uno de los poquísimos que se atreve a dar su nombre- es el de José Antonio Santos, un andaluz que sufrió numerosas denuncias por agresiones, lesiones e intentos de asesinato que planteó su ex mujer cinco años después de que el matrimonio se separase. Todo era mentira. La jueza, con los informes del médico forense en la mano, terminó por declarar probado que las lesiones se las hacía ella misma. Pero a José Antonio nadie le quitó once meses de prisión. Ella siguió denunciándole mientras él estaba en la cárcel. Y hoy, ya libre, dice a Tiempo que nadie le ha pedido perdón y que hoy es el día en que su ex mujer sigue incumpliendo la obligación de dejarle ver al hijo que ambos tienen en común. Siete años ha pasado este hombre sin ver al niño (que hoy tiene 12) por las falsas denuncias de su mujer. “Pero me quiere –se emociona Santos–; han tratado de ponerle en contra mía por todos los medios, pero nos hemos visto y me quiere. Gracias a Dios”.

Pero hay casos espeluznantes. El abogado José Luis Sariego relata, en el libro de Diego de los Santos Las mujeres que no amaban a los hombres (Ed. Almuzara, ver recuadro), el caso, que él llevó, de un chaval de 19 años -de nuevo prefiere no dar nombres- que deja a su novia por otra chica. La primera, despechada, le denuncia por malos tratos y violación. El chico, según el procedimiento habitual, es detenido. En la cárcel lo violan y, cuando sale, se ahorca. Luego se sabría, gracias a un SMS de la denunciante, que todo era un plan para vengarse por haberla abandonado.

El juez Serrano clama que no es, ni mucho menos, el único caso. En 2006 se suicidaron en España 630 varones en trámites de separación. A partir de ese año, el INE dejó de publicar el estado civil del fallecido, con lo que ya no es posible saber cuántos hombres se quitan la vida en esas circunstancias.

¿Cuántas denuncias resultan falsas de entre las 140.000 que se plantean al año (datos de 2009)? Es imposible saberlo. El abogado Antonio Morgado, con larga experiencia en el turno de Violencia de Género de los juzgados de Madrid, dice: “A mí me ha comentado un fiscal que la Fiscalía da instrucciones para que no se persigan de oficio las denuncias falsas. No he visto la instrucción y no puedo saber si es verdad. Pero mi experiencia, y hablo sólo de mi experiencia, es que hay muchas. La mayor parte de las denuncias por malos tratos las hacen mujeres inmigrantes, vete cualquier día por el turno y lo verás. Y las propias señoras te dicen que lo han hecho de común acuerdo con el denunciado, que jamás les ha puesto la mano encima, para obtener los beneficios que prevé la ley en esos casos. El método, que no siempre funciona porque muchas veces hay deportación, es el de negarse a declarar contra el falso agresor en el último momento. Así que una norma creada con la sana intención de facilitar que las verdaderas maltratadas no dejen de denunciar a sus agresores sólo porque estén en situación irregular, se usa, en casos que yo he visto, para intentar un fraude”.

Añade Morgado: “Los malos tratos son un problema gravísimo, pero la ley, que es bienintencionada, lo que hace es criminalizar al hombre por el hecho de serlo; presupone que lo que dice la mujer es cierto... porque es mujer. Es así. Establece un delito que no pueden cometer las mujeres, sólo los hombres. A mí eso me parece discriminatorio, por más que el Constitucional diga otra cosa”.

El silencio.

Pero todo esto está envuelto en un manto de silencio. Las víctimas de las denuncias falsas callan por miedo a que les vuelvan a denunciar. La inmensa mayoría de los jueces y abogados sólo hablan de estas cosas en privado; jueza hay que no se pone al teléfono para hablar de esto porque teme por su futuro. El juez Serrano admite, sin medias tintas, que “van a por él” desde lo que llama “el feminismo radical, hoy muy poderoso”. Tan sólo un diputado, el popular José Eugenio Azpíroz, ha dicho que una “notable parte de las denuncias por violencia de género incurren en falsedad por interés”, aunque a renglón seguido arremetió contra las leyes del aborto, los matrimonios gays, el divorcio exprés y otras medidas semejantes. Comenta Serrano: “Si esto se politiza, si se usa sólo para atacar al Gobierno, estamos perdidos. Porque no se trata de política sino de justicia y de derechos humanos”.

Amadeo piensa qué va a hacer con su vida: “Las mujeres maltratadas tienen mucha gente que las ayude, y eso está muy bien. Pero yo he tenido que pasar este calvario solo. El estigma social, el que muchos te consideren maltratador sólo porque me detuvieron, aunque fuese sin el menor motivo... Tu autoestima se viene abajo, llegas a despreciarte. Se me han quebrado los valores en que creí toda mi vida: ser honesto, decir la verdad... Y ya no creo en la justicia. Supongo que lo entiendes”.

Fuente: http://www.tiempodehoy.com/espana/cuando-las-victimas-son-ellos



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